lunes, 25 de octubre de 2010

Adultos para cuentos.


"Espectáculo de narración oral para adultos. Cuentos entre el cielo y la tierra."
Uno lee esto en la programación de la Feria del libro 2010, y dice: mirá vos, cuentos para adultos... Tal vez, una performance de teatro under, o quizá la profesionalización y complejización de lo que hacen los abuelitos con los nietos. Porque es difícil aceptar que los adultos y los cuentos deberían tener encuentros más frecuentes. Y así es como más de un adulto maduro, sensato, que todo lo sabe, con todo su curriculum... comete la imprudencia de ir a uno de los encuentros de narración oral que organiza el grupo Dicho y Hecho, sin haber escuchado testimonios al respecto.

Quien llega 5 minutos antes (subestimando al capacidad del patio del cabildo, y la concurrencia al evento) se encuentra con gente que desborda la carpa u circula por los pasillos buscando la mejor ubicación. Entonces sospecha que se cancelaron los cuentos y el pueblo acaba de tomar el cabildo; o tal vez se equivocó de auditorio y en cualquier momento aparece Carlos Jiménez presentando su libro biográfico.
Cuando dicen que van a contarnos un cuento, sin haber escuchado nunca a verdaderos narradores, sólo alcanzamos a asociar ese único micrófono iluminado, esa ausencia absoluta de escenografía, con alguna noche en que mamá o papá estaban tan desesperados por que nos durmiéramos, que improvisaron desventuras de algún principe, un lobo y colorín colorado... felices por siembre.

Entra Eduardo Chaves (presentador) y miramos a todos buscando algún cómplice que comparta nuestras sospechas. -"Buenas noches, estimado público. Hoy las historias nos llevarán entre el cielo y la tierra, así que espero..."- Seguimos la orden unánime de poner en silencio el celular, al mismo tiempo que se silencia nuestro sentido común. Pasan cinco, diez minutos de esa introducción y e aquí lo sorprendente: logramos escuchar a alguien sin tener que estar a la defensiva de la persuasión cotidiana.

¿Escenografía? Sí, un par de sábanas de colores, al fondo, engañando. Entonces aparece en escena la primera narradora (de Perú) Rosana Reátegui. Uno que es adulto, sensato, maduro; prejuzga: ¡ah! está bueno, trapos de colores, monologo... me gusta. Pero las palabras de Rosana comienzan claras y seductoras (por la tonada). A poco tiempo son violetas, violentas, blancas, ocre, oro, enamoradas, azul (muy azules), rojas, multicolores, livianas... y aparece tímidamente un esbozo de escenografía: una mujer del altiplano, un lago, un lagarto muy alto y vanidoso que intenta seducirla. Los aplausos nos vuelven a la realidad, a los trapos de colores, las luces, nuestra madurez, el intelecto, entonces aplaudimos dos veces más y la cortamos ahí (no vaya a ser que quedemos como unos apasionados).

Nuevamente Eduardo Chaves sofoca nuestro sentido común con su voz, y una canción que nos recuerda que esa noche las historias viajan entre el cielo y la tierra. Nosotros otra vez nos ponemos expectantes para captar mejor alguna otra imagen, recrear otra escenografía. Después de Rosana, ese humilde escenario se metamorfosea con las historias que cuentan: Elvia Perez (Cuba); Os Tapetes Contadores (Brasil); Juan Carlos Pinto (México). Y de Argentina: Griselda Rinaldi, Lili Bassi, Carlos Maps y Sasa Guadalupe.

Aplaudimos eufóricamente, y ya estamos ansiosos por la próxima historia (mientras seguimos saboreando el final de la última), y nos dicen que ya no más, pasaron tres horas y ya todos los narradores por el escenario. Nos apenamos, encaprichados, casi hasta el reproche hacia la organización por no poner más narradores.
Nos levantamos del piso, acomodamos la corbata. ¿Y nuestro anotador-agenda? (¡vaya a saber uno dónde quedó con tanto aplauso...!) En su lugar hay un globo, y para colmo estos pantalones, grandes, muy grandes; ¡y los zapatos!: cinco números más, (obligan a caminar chistoso). Tal vez (si aún fuéramos adultos), denunciaríamos con un documento firmado y sellado por alguna autoridad, esta imprudencia de los narradores que nos vuelven niños sin anticipación alguna, -porque habría sido necesario traer una jardinera y unas pampero-, para volver a casa con ropa adecuada.

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